Capítulo diez:
Es lunes, son las nueve de la noche cuando Marcos llega a Motril. Se acerca al mostrador de recepción del hotel y pide la llave de la habitación que tiene reservada, quiere darse una ducha y acostarse pronto, está cansado del viaje y mañana será un día ajetreado. Un bolso de mano es todo su equipaje.
La empleada se demora atendiendo una llamada de teléfono. Se inquieta por la tardanza. Los dedos índice y medio de la mano derecha se enzarzan encima de la tarima de madera en una especie de baile caribeño. Suena el móvil.
-Marcos, soy Carmelo, te llamo para informarte de que la cita con los hombres de Ángelo será a las diez de la mañana en el Bar de Ángel, un mesón que está en el centro de Salobreña.
-¿Entonces lo del Delfín Blanco?
-Queda anulado, al parecer es una cafetería de copas que abre a las siete de la tarde, no os vale.
-De acuerdo.
-Que todo os vaya bien.
-Espera, Carmelo, quiero preguntarte una vez más por los dos tipos con los que me voy a ver. ¿Tú crees que son de confianza? Nos jugamos mucho en esto.
-Que sí, hombre, no te preocupes por eso, para ellos abrir una puerta es cosa de coser y cantar, una vez que te allanen el camino entras al interior del piso y en pocos minutos resuelves el asunto. A media tarde estas de nuevo en tu casa.
-Para ti es todo muy fácil, claro ves los toros desde Madrid, sentado en el sillón de tu despacho.
-¿Te parece poco lo que me juego en esta historia, sin comerlo ni beberlo? –Le reprocha Carmelo.
-Está bien, ya no hay marcha atrás. ¡Malditas mujeres!
-¿A qué te refieres?
-Nada, son cosas mías.
La recepcionista cuelga el teléfono y se dirige a él de manera cortés.
-¿En qué puedo servirle?
-Tengo una reserva hecha a nombre de Marcos Orozco. –Responde, a la vez que presenta su Documento de Identidad.
-Un momento, por favor, déjeme comprobarlo.
La empleada voltea su cuerpo ligeramente sobre el ordenador, y al hacerlo los pliegues de la blusa blanca que lleva puesta se abren dejando a la vista parte de unos hermosos senos de tamaño medio. La redondez de las formas y el canalillo que los separa se acentúan sobremanera a causa del sujetador Puh-up que lleva puesto. Marcos mira de soslayo la imagen de promisión que tiene ante sus ojos y agradece el involuntario detalle de la chica. Al menos por un momento su mente cambia el chip.
-Firme aquí, por favor.
La recepcionista le muestra una ficha cubierta con sus datos personales y le da una tarjeta electrónica.
-Habitación cuatrocientos cuatro.
-Muchas gracias.
-Si podemos serle útil en cualquier cosa que precise no dude en llamar.
-Gracias señorita, le agradezco su sugerencia pero no…. Bueno quizás en una ¿Sería tan amable de indicarme algún restaurante cercano para cenar? Soy de fuera y desconozco totalmente esta ciudad.
-Mire usted, don Marcos, saliendo del hotel a dos cuadras a la derecha se encuentra el restaurante Don Pepe. Un poco caro, pero dicen que se come bien.
-¿A dos cuadras?
-Perdón, a veces me olvido que estoy en España y no en Brasil. A dos calles quiero decirle.
-¿Es usted brasileña?
-Sí.
-¡Ah!
-¿Por qué le extraña?
-La verdad, por el color de su piel.
-En mi país no todas las personas son mestizas, también hay muchas de raza blanca como yo.
-Así es, perdone por mi desinformación, no conozco Brasil en persona, lo cierto es que he salido muy poco al extranjero.
-Pues se lo recomiendo. Si tiene oportunidad le aconsejo que visite mi tierra, le va a encantar. Allá somos muy serviciales con los españoles que nos van a ver.
A la chica se la ve desenvuelta, eficiente, amable, pero con un punto de coquetería que no disimula.
-Si todas las mujeres de allá son tan bonitas como usted me veo sacando el billete de avión dentro de unos días. –Dice Marcos, quien se asombra de su propio atrevimiento.
-Gracias don Marcos por el cumplido.
-No…no se trata de eso…no es un cumplido… -Balbucea. –Le gustaría cenar esta noche conmigo? -Suelta a bocajarro.
Ni él mismo se cree lo que acaba de hacer. El biólogo comienza a resoplar y sudar. Saca un pañuelo del bolsillo y hace el ademán de secarse la frente, sólo que se detiene en el último instante al pensar que esa acción podría ser interpretada por la chica como un síntoma de nerviosismo.
¡Como si ella no lo supiera!
-Dentro de media hora acabo mi turno, espéreme en la cafetería del restaurante don Pepe.
-Ah, estupendo, si usted dice que ahí se come bien.
-Ahí sólo vamos a tomar una copa, a comer yo le voy a llevar a un sitio mucho mejor y más económico.
-De acuerdo, Gladis, hasta dentro de media hora.
A la chica le agrada que la haya llamado por su nombre, el mismo que refleja la chapa dorada que pende de la parte superior izquierda de su chaqueta.
En el ascensor Marcos está a punto de mearse por los pantalones. La emoción de una cita inesperada le llena de excitación. Se pregunta si no será un error. Hace tiempo que él no… El caso es que la chica es preciosa, al día siguiente marchará del hotel, y en Motril nadie le conoce. ¿Qué tiene que perder? Las piernas le comienzan a temblar. -¿Qué más me va a pasar? –Se pregunta.
Media hora transcurre rápido, pero da para mucho. Se ha duchado, cambiado de ropa, bebido la botellita de wiski que había en la nevera de la habitación del hotel… El caso es que ya está sentado en un taburete de la cafetería don Pepe esperando su cita, bien perfumado.
-Hola don Marcos, -Le hablan por detrás. Se gira.
-¡Gladis, que puntual!
En lugar de reparar en su cara recién maquillada y decirle que está preciosa, suelta esa chorrada. Es todo lo que se le ocurre.
-¿Te pido una copa?
Comienza a espabilar.
-No, mejor nos vamos, -sugiere ella.
-¿A dónde?
Marcos vuelve a meter la pata, parece no darse cuenta de que con una mujer de bandera como la que tiene delante es preciso jugárselo todo. Ir con ella, sin dudar, hasta las mismas puertas del infierno si llega el caso. De cualquier manera él tiene a su favor la suerte del pardillo.
-Es una sorpresa. –Le responde.
El biólogo se siente incómodo, a él le gusta seguir en la vida real el mismo método científico que emplea en el laboratorio. La búsqueda de lo tangible, de lo demostrable. La palabra “Sorpresa” no se puede analizar, ni diseccionar. El resultado es aleatorio, pero no tiene otra opción que seguir la jugada. Su inquietud aumenta e, incluso, le asalta a la mente la idea de que puede estar siendo víctima de una emboscada. Ella se apiada al verle la cara de lagarto invernado.
-Vamos al Katamal, está aquí cerca, es el bar de una compatriota.
¡Ufff! El hombre respira aliviado. Al menos van a ir a un lugar céntrico y publico. Se tranquiliza.
-Por favor Gladyd no me trates de usted, me gustaría que nos tuteáramos.
-Está bien, Marcos, como quieras. ¿Nos vamos?
-Nos vamos.
El lugar es un poco cutre pero la comida está buena. Ceviche, nacatamal, plátano frito, gallo pinto, zancocho, todo salpicado con unas gotas de chile mexicano.
-¿Le gusta?
-Gladis, ya te he dicho que…..
-Perdón, Marcos ¿Te gusta?
-¿Estar en tu compañía? Me vuelve loco.
Los dos vasos de vino que lleva en el cuerpo comienzan a hablar por él. Pero lo bueno es que a la chica le agrada el comentario. Le sonríe. Eso está bien, a Marcos le sube la moral . No tiene miedo a meter la pata.
-No, tonto, me refiero a la comida. –Coquetea Gladis.
-A quién me gustaría comerte es a ti.
Un latigazo eléctrico le recorre por toda la columna vertebral al pensar que ya la ha cagado. ¡Hale, gilipollas, paga la cuenta y vete a dormir! Con las mujeres hay que tener mucho tacto, a ellas les va ese rollo del romanticismo, los regalos, los mimos. Las palabras de amor, aunque sepan que son mentiras…
¡Alto! La mujer continúa sonriendo, aún hay esperanza de salvar los muebles.
-¡Que pícaro eres, Marcos! Yo te creía más formal.
Decide jugarse el todo por el todo.
-Mira Gladis yo estoy casado, -Miente, -Me paso la vida trabajando como un burro encerrado entre cuatro paredes, y mañana marcharé de Motril para, quizás, no regresar nunca más en mi vida. Dime ¿Prefieres que el hombre que tienes frente a ti sea formal, o un viva la Virgen?
-Un viva la Virgen. –Responde la brasileña sin dudar.
De manera instintiva sus manos se buscan, y sienten a través de los poros de la piel el fragor de la pasión que les consume.
Después de cenar es Gladis la que de manera totalmente natural propone a Marcos tomar una última copa en su casa. Él acepta encantado.
El apartamento es pequeño, sólo mide sesenta metros cuadrados. Tiene una habitación, un salón-comedor en el que también está instalada en un rincón la cocina americana, y un baño. Sin embargo, cada uno de estos habitáculos es espacioso. Los muebles, de estilo moderno, son los justos.
-¿Tienes wiski?
- Sí. Sírvete tú mismo, ahí está el mueble-bar, yo voy a cambiarme de ropa. ¡Estos zapatos me están matando!
Marcos se sirve un buen trago, le anima a ello la certeza de que este tipo de bebida actúa como vasodilatador, y cree que para la faena que se trae entre manos falta le va a hacer.
-¿Quieres darte una ducha? -Escucha la voz de Gladis.
-Vale. –Dice.
-Espera un momento, salgo enseguida.
Marcos, del contenido de las dos frases que ella pronuncia sólo escucha la primera, de manera que sin pensar en las consecuencias se encamina hacia el baño donde la chica se está aseando. La puerta se encuentra entornada y su figura, de espaldas, se le ofrece a la vista enjabonada. Tiene un cuerpo terso e impoluto, sin rastro de arrugas o celulitis y un culo redondo y hermoso que se contonea en todas las direcciones a ritmo de Bachata. Quiere pronunciar su nombre pero no puede, en el fallido intento lo único que su garganta logra expulsar al exterior es un pequeño fragmento gutural de súplica.
-¿Puedooo?
La mujer escucha un ruido extraño y se gira. En el umbral del baño ve a Marcos que la mira ensimismado, los ojos le parecen salir de las órbitas. En la mano sostiene un vaso de wiski con hielo. ¿Qué tendrá este hombre de particular que todo en él le produce risa? Entre un hombre y una mujer de la risa a la cama sólo hay un paso. Le invita a ducharse con ella. Marcos obedece y, de inmediato, se mete debajo del agua sin quitarse siquiera las gafas. Definitivamente tiene ganada la batalla.
El día amanece turbio a causa de una bruma procedente del mar que se mete hasta el último rincón de los pulmones. Se viste despacio, le sobra tiempo para llegar a la cita con los hombres de Ángelo. El pensar en eso le pone nervioso y tose. Sus movimientos por la habitación son felinos, precisos, meditados, no quiere despertar a Gladis. Ha sido una larga noche de pasión. Abre la cartera y extrae de su interior un billete de cien euros. En un trozo de papel le deja el siguiente mensaje: Cómprate un ramo de flores y un perfume, es lo que a mí me hubiera gustado regalarte y no me da tiempo a hacer. Siempre te recordaré.
Se desplaza a Salobreña.
Localiza al fondo de bar de Ángel a Adriano y a Cortes. Sabe que son ellos las personas a las que busca por sus camisas negras y los picos de pañuelos blancos que sobresalen de sus bolsillos.
-Buenos días.
-Le estábamos esperando.
Al tiempo de sentarse Marcos les observa con recelo.
-¿Todo bien?
-Sin problema, la chica siempre hace la misma rutina, a las nueve abre la clínica veterinaria y no regresa a su casa hasta las dos del mediodía.
Marcos mira su reloj y comprueba que marca las diez y media en punto.
-Entonces ¿A qué estamos esperando? –Pregunta.
-Tranquilo, compadre. -Interviene Cortes. Los payos son todos ustedes iguales de impacientes.
-¿Qué va a tomar? –Es Ángel, el dueño del bar, quién se acerca a preguntarle.
-Nada, gracias.
-¿Nos cobra, por favor?
Adriano extiende un billete de veinte euros para pagar. Se levantan. Los tres hombres salen del bar y giran a su derecha en dirección a la Plaza de Abastos. En la primera intersección que encuentran tuercen a la izquierda hasta toparse con la transversal Avenida de Francisco García Lorca.
-La hija de don Cayetano vive en el segundo piso de ese edificio que está pintada de color verde claro. –Dice Adriano.
Marcos asiente. Las manos le sudan. Se las restriega como si tuviese frío y quisiera calentarlas. Los dos rufianes caminan delante de él, despreocupados. Al llegar al portal Cortes toca el timbre correspondiente al primer piso.
-Cartero, me abre por favor.
Nadie pregunta nada. Al poco un chirreo electrónico en el portón de entrada les da a entender que tienen el acceso libre. Suben por la escalera y llegan al rellano del segundo. Hay cuatro puertas. Ellos se dirigen a la que queda a su derecha. Adriano saca del bolso del pantalón una llave y la introduce despacio en la cerradura. La puerta se abre. Con una indicación de la cabeza invita a sus dos acompañantes a entrar. A Marcos le tiemblan las piernas. Para Cortes es como ir de fiesta. Una vez en el interior del piso el biólogo se dirige a Adriano.
-¿Cómo es posible que tenga usted una llave?
-Mire, señor ¿Acaso cree que vinimos a Salobreña de vacaciones? En el primer día de nuestra llegada ya hicimos un molde de la cerradura que nos ha permitido fabricar este duplicado. Ahora a quién le toca rematar el trabajo es a usted, así que mi consejo es que no perdamos el tiempo en explicaciones bizantinas.
Marcos asiente. Mira a su alrededor y valora por donde comenzar. Se centra en una habitación que hace las funciones de despacho, donde está una estantería con documentos y el ordenador. Al cabo de media hora de búsqueda comienza a desesperar. No encuentra nada que haga referencia a investigaciones sobre el SIDA. Pone su última esperanza en la estantería del salón. Examina los libros que allí se encuentran, en su mayoría de clínica veterinaria. Todo resulta en vano. Su desasosiego le hace olvidar las más elementales reglas de prudencia, retornando los volúmenes a lugares y posiciones distintas a las que estaban. Levanta las gafas hasta la altura de la frente y se restriega los ojos. Suspira profundo. Mira a Adriano que espera pacientemente sentado en un sillón.
-Aquí no hay nada que hacer.
Acto seguido, sin decir palabra ni tomar precaución alguna para no ser visto, abre la puerta del piso y se marcha. Al salir a la calle lo primero que hace es llamar a Carmelo e informarle del resultado de la operación. Su desazón es doble cuando conoce que tampoco en Madrid se han obtenido resultados positivos.
Adriano llama a Cortés, que anda de un lado a otro fisgoneando todo, y también abandonan el domicilio.
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